Cosas que hacen que la vida valga -un poco- la pena

A lo largo de los últimos años he empezado varios hobbies que me han reportado no muchas satisfacciones, la verdad. Llevo desde los 15 tocando intermitentemente la guitarra (no, no es que puntee dos notas de cada cuatro, a eso se le llama vulgarmente "canciones de misa"), y bueno, digamos que es la que más me ha durado.

Recuerdo mi primera guitarra; era una acústica, de marca Nisupu, que mi padre me compró con todo el cariño después de llevar unos meses tocando su española. Supongo que el pobre andaría ya hasta las narices de verme abandonar todo aquello en lo que me metía (clases de judo, karate, rol, montaje de maquetas...) y por eso esperó a comprobar mi constancia antes de pringarse en comprarme una. Total, para que la deje por ahí tirada...

Pero aquello siguió adelante, vaya. La acústica vino con un defecto de fábrica y me dijeron en la tienda que la cambiase por otra. Entonces decidí coger una eléctrica. Era de gama baja, pero ahí ya empecé con la fiebre del Heavy Metal. Tardes enteras descuidando mis estudios, aprendiendo las técnicas más difíciles, las escalas mas complejas y las que me empujaban a intentar sonar como mi ídolo guitarrero: Yngwie Malmsteen, el sueco feroz. Pasarían los meses, los años y llegué a unos niveles bastante altos para lo que yo mismo esperaba. Luego vendrían los momentos de tocar en público, las primeras miradas, los primeros elogios, las primeras críticas. Y aquí seguimos, tocando con la misma intermitencia pero con el espíritu renovado cada vez que mi ciclotimia me lo permite. Long Live Heavy Metal!!!

En otra entrada ya hablaré de mis guitarras actuales. Cada una de ellas forman parte de mi historia particular, y llegaron a mi vida en momentos cuanto menos curiosos... Hasta la próxima!

"Eso es, tíos, molo mucho y me puedo permitir salir en las fotos como me dé la gana, vale?"